La vez anterior que Dave Grohl tocó en la cancha de Vélez era baterista de Nirvana y el almanaque estaba en octubre de 1992. Se dijo que aquella fue noche algo caótica, con el estadio a la mitad de su capacidad y la banda dejó al público tan desconcertado como fascinado tras el caos y la furiosa escupida punk asestada por Kurt Cobain. Después de que gran parte de los asistentes maltrataran a las teloneras Calamity Jane, el grupo castigó a la audiencia montando un ruidoso show sin hits y con chistes ridículos, como Grohl tocando una batería de juguete.

Poco más de 25 años después, el marco fue totalmente distinto. Claro: Foo Fighters se convirtió en uno de los números más grandes, atronadores y favoritos del público de rock en todo el mundo. Por eso es que una verdadera multitud no dejó espacio sin ocupar en Liniers, y Grohl, definitivamente cómodo en su rol de frontman superboca, la tuvo en un puño desde el minuto cero.

A puro grito, entrando primero al escenario con un power chord sostenido que fue detonante para arengar el pogo y marcar la tónica de las casi tres horas siguientes, diluídas en largas zapadas y solos por momentos exagerados. De manera análoga a Nirvana, demostraron que debajo de esa base hardrockera de dientes apretados y estirada a más no poder, puede haber una que otra gran canción de esencia y corazón pop. Algo que, por ejemplo, se hizo específico en el enlace de All My Life hacia Learn to Fly.

¿Están agitando «Taylor, Taylor» o «Deiv-Grol, Deiv-Grol»? El público porteño puso el cantito en el cielo y reconoció también el esfuerzo del baterista Taylor Hawkins, portador de una energía que no se queda atrás de la del líder. También se valió de golpes de efecto cercanos al cliché: un largo instante únicamente percusivo, desembocó en Sunday Rain y activó el elevador de su plataforma, quedando a unos cuántos metros por encima del resto de la banda.

Su otro momento estelar se dio con la ronda de covers que introdujo a cada músico: Chris Shiflett homenajeó a Alice Cooper con Under My Wheels; el guitarrista Pat Smear, otro con pasado en Nirvana, movió Blitzkrieg Bop, de Ramones; el tecladista Rami Jaffee hizo Imagine, de John Lennon, que Grohl mashupeó con las estrofas de Jump, de Van Halen. Por último, Hawkins demostró garganta atinada y fanatismo por Queen haciéndose cargo de la voz en breves fragmentos Another One Bites The Dust (durante la presentación del bajista Nate Mendel), Love of My Life y una versión completa de Under Pressure, esta última con Grohl tras los parches.

A todo esto, el público no se manifestaba empalagado ante el exceso de gestos para la tribuna rockera. De hecho, el feedback nunca dejó de ser total: «Ustedes saben por qué están esta noche acá, ¿no? Porque aman el rock and roll, y nosotros podemos hacerlo toda la noche. ¿Lo quieren toda la noche?», preguntó Grohl, por si no había quedado claro. Entre tanta electricidad, dos versiones sobresalieron del resto: Times Like These, con la catársis de Dave al frente, solo con voz y guitarra, dejando un hueco para que la banda entrara hacia el final dramático y denso. Y la agridulce Big Me, donde la sencillez le ganó a la pirotecnia para abrir un interrogante: ¿Qué pasaría si los shows de Foo Fighters tuvieran un foco más cancionero y directo que no la hagan tan larga?

Horas antes, la potencia del show de Queens of the Stone Age fue increscendo, en sincronía con los últimos minutos de la tarde que fueron apagando el sol, mientras el público entraba a cuentagotas: Hubo más de cinco cuadras de fila en el acceso al campo a la hora señalada.

Aquí también la labor de un baterista fue destacada. Jon Theodore es el motor y el ladero ideal para la inventiva y la melodía que habitan cabeza, voz y guitarra de Josh Homme. La química entre los dos (bien rodeada por el rock que imponen Troy Van Leeuwen en guitarras, Michael Shuman en bajo y Dean Fertita en teclados y guitarra de apoyo) terminó de desenvolverse cuando el colorado líder se calzó el traje de guitar hero para incendiar sus seis cuerdas en el pico de No One Knows, parado encima de la potencia del (doble) bombo.

Así como los FF con Concrete Gold, QOTSA volvió al país con un disco reciente bajo el brazo, Villains, que aportó buenos pasajes al set. «Qué rico», brindó en español Homme después de darle un beso largo a un vaso whiskero y antes de The Way You Use To Do. Unos lumínicos tubos de led marcaron el perímetro del grupo sobre el escenario en el que explotaron: para la zeppeliniana The Evil Has Landed se prendieron de rojo infernal que tiñó de malicia esta postal apocalíptica en tiempos de Donald Trump, una época en la que «nada está bajo nuestro control, porque ya lo perdimos», al decir de Homme.

Al igual que en su disco Era Vulgaris (2007), bajaron las revoluciones y la velocidad para conectar de manera sexy con los presentes. El corito con falsete de Make It With Chu se multiplicó y fue propicio para ser cantado en el «inglés de mierda» (Peter Capusotto dixit) que manejan las multitudes de este lado del mundo. Homme, conmocionado por el ida y vuelta, pidió que lo reiteraran una y otra vez, cosa que al finalizar el tema se transformó en agradecimiento: «Colo, Colo» se cantó en el olé olé olé celebratorio que los despidió.

2018-03-08T15:18:28+00:00